CALAVERAS MORDIENDO HOJARASCA
Es Otoño, cuando las calaveras salen de sus tumbas o nichos y se ponen a mordisquear o rumiar las hojas caídas de los árboles, como hacen el Asno, el Buey o el Carnero, al grito de: ¡Al alma¡
Hételas ahí rumiando cuando el aire ya no retumba, ni las hojas ni sus ramas galopan como ciervos tras los críos que corren por entre los árboles, dejando a sus padres libre el campo para explayarse en sus conversaciones subidas de tono y, a veces, con tintes de violencia de género.
Las hojas caídas son el trofeo de la Muerte, que las ramas aplauden y el eco vitorea en aldeas, en villas y en ciudades, como en este Burgos, cuyo rio Arlanzón alza el cuello queriendo tomar parte en esta apetitosa hojarasca, y en estos regocijos de los críos.
Mientras las calaveras muerden hojarasca, los árboles esperan el viento favorable para pelear entre ellos. Los árboles gigantescos como los pequeños que, soberbios, pretenden escalar la región celestial de ellos, comenzarán una pelea de pánico terror y miedo hasta que venga el rayo y les haga caer vencidos; y la lluvia llegue con sus embustes y embelecos lamiéndoles las heridas de esa lid tan temible que emprendieron a rayos y truenos desde el cielo. ¡Y sólo por envidia¡ Como hacen los humanos.
Sólo los gusanos, muy comunes para usarles como cebo para pescar barbos o truchas, quieren quitarle a las calaveras su sustento.
Mientras los truenos desquician los montes, los cerros y el castillo, un rayo desgaja el árbol más grueso, y esos árboles enanos presumidos se alegran de su desgracia, sin darse cuenta que una de sus ramas más pesada les ha hecho estremecer y temblar, quedando aturdidos.
Las calaveras han vuelto a sus nichos. Son cincuenta cabezas las que veo. La lluvia toca sus cabezas y las besa. Yo conozco las de Marta, Saula e Irene; las de Cancio, Máximo, Caprasio, Artemio, Feliciano, Jorge, Aurelio y Sindulfo.
-Daniel de Culla